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viernes, 31 de octubre de 2014

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Carta a un padre jalogüinero. Por Fernando Santiago

 31 de octubre de 2014
Estimado padre : Vaya por delante el poco aprecio que le tengo a la fiesta de Jalogüín, más que por  su origen de los Estados Unidos,  por haber llegado hasta nosotros a través de la televisión. Incorporar costumbres o expresiones vistas  en la tele  denota superficialidad. Siempre se han importado costumbres de otros países y más en una ciudad portuaria como Cádiz, pero copiar lo que se ve en la televisión es banal. En todo caso soy capaz de comprender que para los jóvenes, la fiesta sea un motivo más de diversión  y que para los niños sea maravilloso disfrazarse de  lo que sea. Como padres comprendo que es muy difícil sustraerse a una cosa así e, incluso, produzca ternura ver a los  pequeños disfrazados . Por lo tanto,  comprendo la dificultad de impedir  la participación de vuestros hijos en la fiesta. He de reconocer que a mí me  produce nostalgia la desaparición del Tenorio en nuestras carteleras, pero es el signo de los tiempos. Cosa distinta es convertir  Jalogüín en una molestia al resto del personal. Los que no participamos  y no nos gusta,  tenemos exactamente los mismo derechos que vosotros y vuestros hijos, e incluso, a diría que algún derecho complementario a vivir en paz, ya que no nos dedicamos a incordiar al vecindario. Si queréis disfrazar a los chavales me parece fantástico. Pero por favor, no alteréis la vida de la gente. Me resulta grosero llamar a casa de los demás y molestarlos por la mera razón de que lo hacen en los EEUU. Incluso si fuera una tradición gaditana. La gente tiene derecho a no participar. Lo peor de lo peor  es la escena de las enormes pandillas de niños escoltados por los papás y las mamás para consumar la intromisión en la vida ajena. Ay de aquel que no quiera dar caramelos y no le haga gracia la estupidez esa de “truco o trato”. En ese momento una catarata de insultos caerá sobre él con el beneplácito paterno. Eso si no empiezan a tirar huevos contra puertas y fachadas en un ejercicio de violencia inaceptable.
Imaginad el tipo de educación que le proporcionáis a vuestros hijos si les enseñáis a imitar lo que ven en televisión,  a participar de manera gregaria en una fiesta de esta naturaleza y    jaleéis la intromisión en la vida ajena. Unos niños que vean a sus padres aplaudir cómo se lanzan huevos o se increpa a vecinos ¿qué lección aprenderán para cuando sean mayores? Si no educáis a vuestros hijos en el respeto,  tanto a los que quieren participar, como a los que no, vamos a construir una sociedad enferma.

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